¿De dónde venimos?
En los orígenes, los primeros
carmelitas eran un grupo de cristianos que, habiendo realizado una experiencia
carismática en el Monte Carmelo, se unieron en torno a un Proyecto de Visa común
con el único fin de vivir en obsequio de Jesús, desde el espíritu profético de
Elías (ver ciclo de Elías profeta en 1Re cap. 17-19.21 y 2Re 2, 1-18) y la
actitud contemplativa de María. El Carmelo nacía entonces como una “familia”,
antes que como una organización jurídica, que deseaba vivir en comunión con
Dios y los hermanos poniendo al servicio del Pueblo el carisma recibido como
don del Espíritu.
En nuestro hoy, aquél deseo sigue latente. Es necesario, por
tanto, ampliar los lazos fraternos integrando en una misma Familia a aquellos
miembros de la Iglesia que desde su propia vocación (laical o consagrada),
comparten una misma espiritualidad y viven desde unos mismos valores.
El Proyecto de vida, que como Familia proponemos vivir, se
cimienta en los valores evangélicos de la Regla carmelitana. En ella se
prioriza la búsqueda del Dios vivo (oración/contemplación),
crecer en la hermandad (fraternidad) y el servicio al Pueblo
de Dio (servicio/profetismo) bajo la acción del Espíritu, en una marco
abierto y dinámico, atento a los signos de los tiempos presentes. Estos tres
vectores son los pilares del Carisma carmelita
que en las figuras de Elías y María ve a sus fundadores espirituales.
De esta manera, en la Familia Carmelita caminaremos con el
compromiso de vivir y ofrecer al Pueblo de Dios nuestro carisma carmelita; una
fuente inagotable de renovación espiritual reservada, no sólo para algunos,
sino para todos los hijos de Dios.
Con respecto a los eremitas del Monte de Elías, el Papa Urbano IV
el 5 de agosto de 1262 decía: “por el amor a la Tierra Santa, se habían consagrado
en ella a Quien la había adquirido con el derramamiento de su sangre, para
servirle bajo hábito de religión y de pobreza”.
Nuestro Carisma
La Iglesia
fue concebida misionera: Jesús dijo a los apóstoles, “ -Vayan y anuncien
la Buena Noticia” (Mc 16, 15). Por medio de este mandato evangélico a cada
creyente le es prioritario, según la vocación recibida, salir al encuentro del
otro, expandir el Reino. De la misma manera cualquier grupo dentro de la
Iglesia se ve afectado por las palabras de Jesús. El documento papal Familiaris
Consortio explica que Toda familia cristiana tiene dimensión eclesial, es
decir, está puesta al servicio del Reino de Dios en la historia, mediante la
participación en la vida común y la misión de la Iglesia (FC44). No ajena a
ello la Familia Carmelita tiene una misión propia que la caracteriza de cara el
Pueblo de Dios y extensión del Reino. Considerando al carisma como substrato o
eje principal de la misión, puede hablarse de una misión propiamente carmelita,
aunque, naturalmente, asociada a la única misión de la Iglesia.
La contemplación pide al
cristiano carmelita echar raíces en la vida de Dios, la escucha de su Palabra y
asiduidad en la oración aprendiendo a vivir la gratuidad, esto es, a vivir la
vida como don para los demás. La fraternidad conduce al sentimiento de hermanos
bajo los lazos del amor (Jn 13, 34) y ha de vivirse en pequeñas comunidades de
fe que se abren a una fraternidad familiar y eclesial mayor. El
profetismo/servicio al Pueblo configura al creyente en el Cristo crucificado
como principal término de fidelidad al amor de Dios hasta las últimas
consecuencias, denunciante de los valores contrarios a la Vida; se hace
fermento en la masa, como portador de vida, de esperanza y de justicia.
Desde este carisma la Familia
Carmelita favorecerá la vivencia de fe de todos sus miembros, la profundización
de la fe y el progreso de liberación interior, que el Espíritu Santo obra en
cada uno, permaneciendo en obsequio de Jesucristo. Sus miembros como testigos
del Dios vivo ofrecerán al mundo una salida trascendental ante tanto
materialismo, consumismo y deterioro de la dignidad del Hombre y un camino de
interioridad espiritual a fin de edificar a la persona como Templo del Espíritu
(1Co 6, 19). Comprometidos a la lucha contra el pecado y la injusticia,
animarán las realidades temporales en el campo de la paz y la justicia,
especialmente en los ambientes cercanos y más necesitados. Sus miembros,
nosotros carmelitas, navegaremos mar adentro (Duc in altum! Lc 5, 6)
extendiendo nuestro carisma. conscientes de que los valores que encarna son un
modo privilegiado de caminar juntos hacia Dios. Valorarlos, vivirlos y darlos a
conocer será todo un reto para la misión de nuestra Familia Carmelita.